La Ribeira Sacra, aquella que aludió a un robledal y no a la ribera de los ríos, al final se asocia por lo que no era: las riberas de los ríos Miño y Sil. Ambos ríos excavaron profundas gargantas y cañones a lo largo de sus cauces. En esos escarpes, en sus laderas sur, los romanos plantaron sus vides y dieron lugar, desde entonces, a la actual tradición vinícola de lo que se llama -como denominación de origen- Ribeira Sacra.
La cosecha de inicios del pasado otoño ya pasó. Quedan los viñedos convertidos en aparentes eriales en los cuales se trabaja en estos inicios de la primavera. El verdor comenzará a resurgir para dar paso, otra vez, a los tonos profusamente rojos y dorados que señalarán el inicio de la nueva vendimia.
Hoy los viñedos presentan un aspecto descarnado. Forman un paisaje aparentemente desolado en las que palos y cañas brotan desnudos de la tierra. Un paisaje atávico que me recuerda lo ancestral y lo medieval. Son como esqueletos de dedos apuntando al cielo que se encarnarán en breve.





