Soy geólogo y siempre he tenido conciencia de que las rocas se plegaban por medio de las fuerzas internas de la Tierra. Nunca me imaginé que las rocas se pudiesen plegar por medio del motor de la mente. Así es. José Manuel Castro tiene el poder de plegar las rocas a través de su imaginación: ellas se escaman, se abren, forman labios o se pliegan a su voluntad.
El trabajo de José Manuel es maravilloso. La tenacidad de su voluntad, y la dureza de las herramientas que usa, son capaces de doblegar la materia haciéndola adquirir las formas más inusitadas y diversas. Desde el cincel a la motosierra o desde la corona de diamante a la pulidora las rocas -las piedras- cobran otra dimensión. Adquieren vida.
La cuarcita, el gneis, el granito o la madera se tallan pulcramente, pacientemente, hasta que adquieren su forma. Materiales nobles que que se incurvan, se pliegan, tales que hojas de un libro. Son tan plásticas que hasta parece que se pueden pellizcar.
No es casual que al retratar a José Manuel lo hiciese posar, en la postura del «ser o no ser» del príncipe Hamlet, con una piedra en la mano. Es el existir o no existir. El cómo de una materia inerte surge algo con condición anímica. Es el «ser» creado de la nada.
Para ilustrar lo que escribo no hay nada mejor que ver la obra de este escultor que me ha permitido fotografiar libremente las esquinas y recovecos de su taller.
Lo conocía, más bien conocía su obra, la imaginación no es suficiente; si suficiente el milagro de este excultor.
La primera vez que vi su obra fue en La Galería La Catedral en Lugo Carlos…