Hoy por la mañana el escultor Francisco Pazos Martínez y yo hemos intercambiado obras. De su parte un impresionante trabajo de una serie sobre tablas en la que el blanco y negro, los degradados y la unión de tablas forman unas figuras «tubulares» en las que se produce un efecto armonioso de volúmenes imbricados. De mi parte una fotografía, a copia única, en la que una tijera «mamá» alimenta con unas hebras a una tijerilla que se dispone en un costurero que hace de nido.
Francisco Pazos es de esas personas en las que la reflexión durante las horas y horas de trabajo sobre la piedra u otros materiales le ha moldeado introspectivamente su carácter. Eso se ha traducido en una filosofía basada en la comprensión de lo que le rodea y su proyección hacia ello por medio de una virtud: la generosidad. Cuando ya me despedía me hizo esperar un momento y, no satisfecho aún con lo que me entregaba, me apareció con una estatuilla de su colección de guerreros. Un obsequio.
Esa virtud, la generosidad, no abunda y menos en el arte donde predomina lo avaro. Una lección de un maestro artesano. Te puedo ofrecer mi gratitud Paco. Un abrazo.