Las aguas del río Duero.

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja;
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.

No es el río Duero que versificó Gerardo Diego en su «Romance del Duero» ni tampoco el poema de larga métrica que compuso Antonio Machado en «A orillas del Duero«. Alguna de sus aguas procederá de aquellos campos de Castilla endurecidos por un sol abrasador, pero el discurrir del agua se las ha llevado al océano.  También el Duero de Luis Góngora ya enmudeció hace tiempo desde las épocas en que lo negaba. Las fotos son de un río Duero actual, vivo y serpenteante. Una cinta de plata que recorre los valles del norte de Portugal hasta el Atlántico. Cruza una orografía agreste y frondosa lamiendo a sus orillas espesos bosques. Unos paisajes prácticamente vírgenes salpicados aquí y allá por caseríos aislados y por viñedos de los que su zumo provee de excelentes vinos. La placidez de su curso quizá moldeó el carácter apacible, jovial, y amable de las gentes que viven a sus orillas.

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